Aceptar nuestros límites

Aceptar nuestros propios límites: La gran liberación

Hola! Hoy te traigo un tema que, si te soy honesta, me ha costado un montón. Y cuando digo un montón, quiero decir que la montaña de montañas me ha parecido más empinada que el Everest, pero aquí estoy, alzando la bandera de la aceptación. ¿De qué hablo? Pues de aceptar nuestros propios límites, esos amigos invisibles a los que preferiríamos ignorar, pero que, al final, son los que nos salvan de morir en el intento.

¿Qué pasa cuando no aceptamos nuestros límites?

Vamos a ponernos en contexto. ¿Alguna vez has intentado hacer de todo en un día? En serio, TODO. Es como si pensáramos que somos máquinas y, por alguna razón, fuimos diseñadas para no parar nunca. Nos llenamos de tareas, de responsabilidades, de “cosas que hacer” como si tuviéramos todo el tiempo del mundo. ¡Pero, spoiler alert! No somos máquinas. No somos robots que puedan trabajar 18 horas al día, ser mamás perfectas, empresarias exitosas, amigas leales y además tener una piel radiante y comer como si estuviéramos en una película de Hollywood.

Y entonces, ¿qué pasa? Pues que, de repente, un día tranquilo como cualquier otro, la bomba estalla. Yo, por ejemplo, me he encontrado a las 2 de la mañana, mirando la pantalla del ordenador, preguntándome cómo había llegado hasta allí. ¿Acaso no había quedado con mis amigas ese día? ¿No se suponía que estaba a punto de irme a dormir? ¡Y ahí estaba, otra vez, rompiéndome la cabeza por cumplir con todo! Al final, lo que pasa es que te sientes agotada, frustrada y, lo peor, culpable. Y cuando eso pasa… ¡la ansiedad no tarda en aparecer!

Así que, en lugar de intentar estirarnos más que un chicle hasta que se rompa, acepté algo: tengo límites. Y esos límites no me hacen débil. ¡No! Me hacen humana.

No llegar a todo

El momento en que acepté que mi «tope» también es válido

Recuerdo un momento concreto que fue como una revelación. Estaba intentando sacar adelante todos los proyectos de mi vida (como siempre) y, en un arranque de autoexigencia, me di cuenta de que me estaba perdiendo. No solo no disfrutaba de lo que hacía, sino que estaba dejando de lado a mi hija. Ahí fue cuando lo vi claro: mi superpoder no era hacer todo, sino hacer lo que realmente importaba y en las dosis que me funcionaban.

Así que, sí, acepté mi límite. ¿Cómo? Empecé a decir «no» sin sentirme culpable. Y créeme, eso fue todo un proceso. Imagínate, yo, acostumbrada a ser la “súper mamá y súper trabajadora”, diciendo que no a cosas. ¡Un cambio radical! Pero, al final, esa pequeña palabra me liberó de una carga que no tenía por qué cargar.

Los beneficios de conocer tus límites

Aquí viene lo bueno, chicas: cuando aceptas tus límites, no solo te quitas el peso de encima, sino que empiezas a priorizar lo que realmente te importa. Y eso, amigas, tiene un efecto maravilloso en todo tu bienestar.

Cuando dejas de forzarte a ser lo que no eres, cuando dejas de pensar que tienes que cumplir con todo lo que el mundo espera de ti, es como si de repente todo tuviera más sentido. Te das cuenta de que no necesitas hacer todo, solo hacer lo que está alineado con tus valores y lo que te hace sentir bien.

Yo misma lo he notado: cuando me permito tener mis momentos de descanso sin culpa (y te prometo que antes me sentía MAL por descansar), soy mucho más productiva, más creativa y, sobre todo, mucho más feliz. Si no aceptas tus límites, terminas atrapada en un círculo vicioso de estrés, agotamiento y frustración. Y chicas, creedme, eso no es vida.

¿Cómo se hace eso de aceptar los límites?

Ok, suena bien, ¿no? Pero, ¿cómo demonios aceptamos eso de nuestros límites cuando nos han enseñado que tenemos que ser perfectas y llegar a todo? Bueno, ahí es donde entra la parte divertida. Porque aceptar los límites no significa ser una perezosa o una conformista. ¡No! Se trata de ser realista y amable contigo misma. Aquí te dejo algunos trucos que me han funcionado a mí y que, seguro, te ayudarán a ti también.

1. Escucha a tu cuerpo (y a tu mente)

Lo primero es lo más básico, pero también lo más olvidado. Nuestro cuerpo, que es como una especie de GPS interno, nos dice cuando necesitamos descansar. La cuestión es que muchas veces lo ignoramos, como si fuéramos robots con batería infinita. Pero, querida amiga, ese agotamiento físico y emocional no es una “moda” que pase. ¡Es una señal de que algo no va bien! Así que, si te sientes cansada, ¡descansa! Si tienes un dolor en el cuello de tanto mirar la pantalla, ¡date un respiro! La vida no se va a acabar por eso, te lo prometo.

2. Aprende a decir «no» sin culpa

Uff, este punto me ha costado tanto que he perdido la cuenta. Pero te aseguro que decir «no» es liberador. Y no, no pasa nada si no puedes ir a la fiesta de tu amiga o si no puedes organizar la reunión de trabajo en tu casa. A veces, poner límites es un acto de amor propio. Por ejemplo, yo solía decir que sí a todo, siempre. Pero después me di cuenta de que estaba perdiendo mi tiempo en cosas que realmente no me llenaban. Ahora, cuando algo no me va, no tengo miedo de rechazarlo. Es un pequeño acto de valentía, ¡y me hace sentir increíble!

3. Sé honesta contigo misma

Y esto es clave. Si te engañas a ti misma, ¿quién va a confiar en ti? Si te prometes que vas a hacer todo y al final no puedes, te vas a frustrar y perder el control. En cambio, sé sincera con tus capacidades y tus limitaciones. Eso no te hace menos capaz, te hace más sabia. Recuerda, no estamos aquí para cumplir expectativas ajenas, sino para ser la mejor versión de nosotras mismas. Y esa versión no es una máquina sin descanso.

4. Deja ir la perfección

La perfección, en serio, ¿quién te crees que eres, la versión premium de alguien? Te cuento un secreto: ¡la perfección no existe! Nadie puede hacer todo bien todo el tiempo. Eso de ser la madre perfecta, la amiga perfecta, la trabajadora perfecta… olvídalo. Mejor disfruta de los pequeños momentos y acepta que todo no va a ser ideal. Yo ya he aprendido a no ponerme esa presión absurda de ser perfecta todo el tiempo. Y, francamente, mi vida es mucho más divertida desde que lo dejé.

5. Acepta que está bien no estar bien

Y aquí viene el toque final, el más importante: no pasa nada por no estar bien todo el tiempo. Hay días en los que simplemente no tienes ganas de hacer nada. Y está bien. Hay días en los que sientes que no puedes con todo, y también está bien. Yo misma tengo días de crisis existencial, días en los que dudo de todo. Pero he aprendido que esos días no definen quién soy. Son solo momentos, y no hay que sentirse culpable por ellos.

Aceptar que no puedo con todo

Conclusión: Aceptar nuestros límites nos hace más fuertes

Aceptarnos a nosotras mismas, con todo y nuestros límites, no es rendirse. Es ser inteligentes, es ser sabias, es ser humanas. Y al final, eso es lo que nos hace más fuertes. Así que, amiga, si alguna vez te encuentras en un mar de tareas, demandas y expectativas, respira hondo, pon tu límite y sonríe. Porque tú ya eres suficiente.

Y ahora, después de este pep talk (que me valió una taza de té y varios suspiros profundos), te dejo con una reflexión: aceptar tus límites no significa conformarte. Significa liberarte de las expectativas poco realistas que te impones, para poder crear una vida que se ajuste a lo que realmente necesitas. Porque tú mereces vivir bien, no vivir agobiada.