¡Bienvenida! Hoy quiero que hablemos de algo que, cuando lo descubres, te cambia la vida de verdad: la asertividad. Sí, lo sé, suena a término serio, de esos que te enseñan en una conferencia motivacional con powerpoints y aplausos. Pero te prometo que ser asertiva es algo tan poderoso que, una vez que lo entiendes y lo aplicas, casi puedes escucharte a ti misma decir “¡Esto es lo que siempre quise hacer!”
Ser asertiva es básicamente saber decir lo que piensas, lo que sientes y lo que necesitas, sin enrollarte como una persiana ni herir a nadie en el proceso. Y no te confundas: ser asertiva no es solo gritar lo que quieres a los cuatro vientos. No. Es mucho más interesante que eso. Porque ser asertiva también es aprender a escucharte a ti misma, a respetarte y, al mismo tiempo, a respetar a los demás. Es la diferencia entre decir «No quiero ir al cine» y «¿Sabes qué? Creo que prefiero hacer otra cosa hoy, ¿qué te parece?». Así que, sí, nosotras, que queremos ser fuertes y a la vez amables, tenemos en la asertividad una aliada.
Pero vamos a desgranarlo bien para que te hagas una idea clara de qué va esto. ¿Lista? ¡Vamos allá!
1. ¿Qué es la asertividad y por qué es fundamental?
La asertividad, explicada sin complicaciones
A ver, ¿qué es esto de la asertividad? Básicamente, ser asertiva es como decir “yo primero, pero sin empujar a nadie”. Es esa habilidad para expresar tus pensamientos y emociones, no como un huracán que lo arrasa todo, ni como un ratoncito que susurra en la esquina. No, la asertividad es justo el punto intermedio: decir lo que realmente piensas y sientes, con toda honestidad, pero de forma que no destruyas a nadie en el camino.
Cuando eres asertiva, estás en sintonía contigo misma. ¿No te pasa que, a veces, dices que sí cuando querías decir que no? O te quedas callada mientras alguien más se lleva el mérito de una idea que era tuya. ¡Uf! A mí me ha pasado montones de veces. Es como si la boca y el cerebro se pelearan en un tira y afloja, y al final, por no “molestar”, terminas perdiendo tú. Ahí es donde entra la asertividad como la heroína que necesitamos: una forma de hablar con firmeza y respeto para que, al final, ¡todas ganemos!
Los otros estilos de comunicación y el lío que pueden armar
Hablemos un poquito de lo que pasa cuando no somos asertivas. Porque la asertividad no es el único estilo de comunicación en el menú, ¿verdad? Está el pasivo, que es como ser una versión silenciosa de ti misma, y el agresivo, que viene a ser la versión “Hulk” que puede dejar un poquito de caos a su paso.
Cuando estamos en modo pasivo, estamos en plan “yo mejor me callo”. No es que te guste callarte, pero es que no quieres hacer olas. Esto pasa mucho cuando nos da miedo el conflicto. Yo, por ejemplo, era la reina del “no pasa nada” (mientras por dentro me hervía la sangre). Entonces, en lugar de decir lo que me molestaba, me lo guardaba, lo rumiaba, ¡y claro! Terminaba hecha un volcán en erupción. Y te aseguro que el resentimiento, ese sí que te pasa factura.
Por otro lado, está el estilo agresivo. Que yo sé que suena como si de pronto me pusiera a gritar como loca en medio de una conversación. Pero, en realidad, ser agresiva es algo más sutil; es hablar en plan “esto es así porque lo digo yo”, sin escuchar, sin negociar, y con una prepotencia que a veces ni tú misma reconoces. Digamos que es el lado “villana” que todas podemos tener si dejamos que el ego tome el volante. ¿El resultado? La otra persona se siente pisoteada, y al final, en vez de mejorar las cosas, lo único que haces es añadir más leña al fuego.
Entonces, la asertividad es la mejor opción porque toma lo mejor de cada estilo: te permite hablar con claridad, sin callarte lo que piensas, pero sin arrasar a nadie en el proceso. Es el equilibrio perfecto entre la paz interior y el respeto mutuo.
¿Por qué es tan importante ser asertiva?
¿Y ahora qué? ¿Qué ganas realmente siendo asertiva? ¡Ay, amiga, un montón de cosas buenas! Primero que nada, empiezas a ganar en confianza. Porque no hay nada que empodere más que saber que puedes decir lo que necesitas decir, que puedes comunicar tus límites y tus deseos sin miedo ni culpa. Es una especie de superpoder que, créeme, se siente increíble.
Te pongo un ejemplo personal: cuando empecé a ser asertiva con mis amistades, me di cuenta de que mi vida social mejoraba muchísimo. Antes, si una amiga quería salir y yo prefería quedarme en casa, me inventaba cualquier excusa loca en lugar de decirle “Hoy quiero un plan más tranquilo”. Pero cuando empecé a ser honesta, algo cambió. Me sentí libre, y mis amigas empezaron a entenderme mejor. ¡Y oye! Empezaron a respetar mis decisiones y mi tiempo sin problema.
La asertividad también reduce el nivel de ansiedad. No sabes el alivio que sientes cuando dejas de acumular todas esas cositas que no dijiste. Porque si todo lo callas, todo se queda en una olla a presión que en algún momento explota. Ser asertiva es como abrir la válvula y dejar salir el vapor poco a poco, sin dramas, sin ataques de nervios. Sientes que te respetas y que respetas a los demás, y eso es como el bálsamo de la paz mental.
Además, la asertividad te ayuda a construir relaciones más sanas y sólidas. Porque cuando eres asertiva, la otra persona sabe exactamente lo que piensas y sientes. No tiene que andar adivinando ni tratando de leer entre líneas. Y eso, amiga, evita un sinfín de malentendidos y frustraciones. ¿Cuántas veces no has pensado “si me hubiera dicho lo que realmente quería…”? Pues eso mismo les pasa a los demás contigo.
Y lo mejor de todo es que la asertividad también ayuda en el trabajo. ¡Uy, y cómo! Imagina ser capaz de pedir un aumento o de exponer una idea sin temblar como un flan. Pues eso es posible. Ser asertiva te da ese toque de confianza que te convierte en alguien que sabe lo que quiere y lo que merece, y eso, queramos o no, se nota. Y cuando tú estás en paz contigo misma, los demás lo notan y te responden con el mismo respeto.
Ahora que ya tienes una idea más clara de lo que es la asertividad, vamos a explorar un poquito esos obstáculos que, muchas veces, nos frenan. Porque claro, si fuera tan fácil ser asertiva, ¡ya estaríamos todas expresándonos como divas seguras de sí mismas! Pero hay ciertas barreras que, si no las entendemos, nos seguirán deteniendo. Y de eso, precisamente, hablaremos en el siguiente punto.
2. Identificando los obstáculos: ¿Por qué nos cuesta ser asertivos?
Empecemos con la gran pregunta: ¿por qué nos cuesta tanto ser asertivos? Parece que decir lo que pensamos y necesitamos debería ser lo más natural del mundo, ¡pero no! Ahí estamos, tragándonos palabras y emociones, haciendo malabares para no molestar a nadie y dejando nuestras propias necesidades al fondo del cajón. Pero, ¿por qué nos pasa esto? Bueno, querida amiga, la cosa es más complicada de lo que parece a simple vista. Aquí te cuento de dónde vienen esos obstáculos que nos ponen la vida tan cuesta arriba cuando intentamos ser asertivos.
Creencias limitantes y miedos: los frenos internos de toda la vida
Ah, los miedos y las creencias limitantes… esos grandes saboteadores que nos meten el pie y nos empujan de cara al suelo cada vez que intentamos sacar la voz. ¿Quién no ha sentido alguna vez miedo al rechazo? Esa sensación de “si digo lo que realmente pienso, me van a mirar mal” o, peor, “me van a dejar de lado”. No hay nada como ese miedo para hacernos replantear todas las cosas que íbamos a decir, ¿verdad?
Y no es solo el rechazo. Está también el miedo a crear conflictos. Sí, a veces pensamos que ser asertivos es como jugar con fuego, y entonces preferimos callarnos para no “quemar” nada. El miedo a causar incomodidad o incluso a parecer egoístas, como si decir “esto es lo que yo quiero” fuera un pecado capital. Y por si fuera poco, ahí está el famosísimo “miedo a no complacer a los demás”. Ese que te convierte en una especie de camarera emocional, siempre sirviendo a otros para que estén cómodos y felices, mientras tú… bueno, tú esperas que alguien, algún día, te pregunte qué necesitas. Spoiler: eso no pasa.
Te cuento una anécdota personal. Una vez, en una reunión de amigos, uno de ellos empezó a hacer chistes que me incomodaban. Mi primer instinto fue reírme (¡falsa risa de nervios, modo ON!) porque, claro, ¿quién soy yo para arruinar el momento? Pero después pensé: «¿Por qué debería estar yo incómoda para que los demás estén felices?» Así que, tomando aire y dejando de lado el miedo, le dije en tono amable pero firme: “Oye, esos chistes me incomodan un poco”. ¿Y sabes qué? No se cayó el mundo. Nadie me miró como si tuviera tres cabezas. Fue liberador.
La autoimagen y la autoestima: tus mejores aliadas… o no tanto
¿Te ha pasado que, en lugar de decir lo que realmente piensas, te preguntas “¿Y si quedo como una idiota?” o “¿Y si piensan que soy demasiado exigente?”? Bienvenida al club. Esto es, ni más ni menos, lo que pasa cuando la autoestima y la autoimagen se convierten en obstáculos en lugar de ayudarnos.
Cuando nuestra autoestima anda por los suelos, dejamos de valorar nuestras propias necesidades. Nos convencemos de que “mejor no digo nada, total, no es tan importante”. Nos comparamos con los demás y, de repente, pensamos que ellos tienen más derecho a ser escuchados, que sus problemas son más graves, y terminamos poniendo sus deseos por encima de los nuestros. ¡Así no hay quien sea asertiva!
Aquí va una analogía: imagina que tus necesidades son como las semillas de un huerto. Si no las riegas, no crecen. Y si solo andas cuidando las plantas de los demás, pues las tuyas se secan y mueren. Así de claro. Cuando nuestra autoestima está en buen estado, el terreno es fértil y nos atrevemos a plantar y regar nuestras propias semillas, sin culpa. ¿Que al principio cuesta? ¡Claro que sí! La autoestima no se cultiva de la noche a la mañana, pero créeme, con el tiempo, el jardín florece.
Yo también he lidiado con esa lucha de autoimagen. Durante años, sentía que “quedar bien” era más importante que “ser yo misma”. Y, ¡madre mía!, eso fue agotador. Pero cada vez que doy un paso para expresar lo que siento, aunque sea algo pequeño, voy alimentando esa autoestima. Me repito: “Yo también merezco ser escuchada”. ¿Por qué no te animas a decirte lo mismo?
Expectativas sociales y culturales: el peso de la herencia
Y, como si nuestros miedos internos y la autoestima no fueran suficientes, ahí están las queridas expectativas sociales y culturales. ¡Bravo! Es como si nos hubieran programado desde pequeños para ser lo menos asertivos posible. Porque, seamos sinceras, en muchas familias y culturas, ser “bueno” significa callarse, adaptarse y no causar problemas. ¿Te suena?
Si has crecido en un ambiente donde decir “no” era considerado una falta de respeto o donde el bienestar de los demás siempre estaba por delante del tuyo, entonces tienes el combo completo para que la asertividad sea todo un desafío. En mi caso, recuerdo frases como “las chicas buenas no levantan la voz” o “hay que hacer todo para mantener la paz en casa”. ¿Y qué pasa? Que uno crece pensando que expresar lo que necesitas o piensas es casi un acto de rebeldía.
Pero déjame decirte una cosa: la asertividad no es una moda ni una forma de ser “difícil” o “egoísta”. Es una herramienta para el respeto mutuo. Es plantarte en la vida y decir “esto soy yo, esto es lo que necesito”. Y si otros no lo entienden, pues bueno, allá ellos. Aquí estamos para romper esas barreras, y cada vez que damos un paso asertivo, le mostramos al mundo que el respeto empieza por uno mismo.
Ahora bien, no te preocupes si todo esto te parece una tarea imposible. No tienes que deshacerte de todos tus miedos y creencias limitantes de un plumazo ni decirle a tu abuela que ya no te importa la paz en casa. Esto es un proceso, y la asertividad se construye como una casa: ladrillo a ladrillo. Primero empiezas por identificar estos obstáculos, luego aprendes a ser consciente de ellos y, finalmente, te lanzas a decir lo que necesitas, con respeto y confianza.
Para que puedas empezar a probar esto de ser asertiva en tu vida, el siguiente paso es entender los beneficios de la asertividad y lo que puede cambiar en tu vida cuando empiezas a practicarla. Porque créeme, ¡vale la pena!
3. Beneficios de la asertividad: ¿Qué cambia en tu vida?
Cuando nos paramos a pensar en eso de la asertividad, lo primero que nos viene a la mente es la posibilidad de evitar gritos, dramas, malentendidos, y toda esa montaña rusa de emociones y mal rollo que muchas veces generan nuestras relaciones. Así que, si me permites, vamos a descubrir, como si estuviéramos charlando con una taza de café en mano, cuáles son esos beneficios reales de ser más asertivos en nuestra vida. Porque sí, la asertividad no es solo una palabra que suena bonita y profesional: es la llave para un mundo de relaciones más sanas, para entendernos mejor con los demás y, por supuesto, ¡con nosotros mismos!
Mejora en las relaciones personales y familiares
Te seré sincera: ser asertivo no es como una varita mágica que automáticamente convierte cada interacción en una escena de película. ¡Ojalá! Pero sí hace que esas conversaciones sean mucho más efectivas, respetuosas y hasta liberadoras. Piensa en cuántas veces hemos salido de una discusión o de una charla con alguien cercano y nos hemos quedado rumiando lo que queríamos decir y no dijimos, o lo que dijimos y no debimos decir. ¿Cuántas veces, eh? A todos nos ha pasado, y lo peor es que al final nos sentimos frustrados, incomprendidos y, como poco, con un nudo en el estómago.
La asertividad actúa como ese puente invisible que conecta nuestra verdad con la del otro. Yo lo he probado en mi vida familiar y, aunque suene a cliché, lo juro: la magia pasa. Cuando nos comunicamos sin rodeos, sin esconder nada ni lanzar indirectas venenosas, la gente empieza a confiar en nuestra palabra. Es como si pusieras todas las cartas sobre la mesa, pero con tacto. Al final, creas un entorno de respeto donde la otra persona sabe que, aunque no estés de acuerdo, no vas a lanzarle la primera piedra.
Y si hablamos de familia… ahí sí que la cosa tiene tela. Ser asertivo en familia no siempre es fácil, ya que, en esos entornos, a veces damos por hecho que “como son familia, ya deberían entenderlo todo sin que yo diga nada”. ¡Error! La familia es, de hecho, uno de los campos de entrenamiento de la asertividad. Cuando he hablado abiertamente con los míos, las cosas han cambiado, y de una forma brutal. Pasamos de discusiones eternas que no iban a ninguna parte a un entendimiento mucho más profundo, incluso si eso implicaba no estar de acuerdo. Y de ahí en adelante, todo fluye mucho más: ya no son guerras, sino diálogos reales.
Más confianza en uno mismo
Pero oye, ser asertivo no es solo para tener mejor rollo con los demás, sino para sentirnos bien con nosotros mismos, ¡que no es poca cosa! Esa sensación de ser capaces de expresar lo que queremos, de defender lo que pensamos y de respetar nuestros propios límites es un subidón de confianza que te hace sentir como si pudieras conquistar el mundo (o, al menos, tu propio mundo). Y lo digo en serio, porque una vez que empiezas a hablar y actuar desde tu verdad, sin rebajarte ni pasarte de la raya, algo en tu interior empieza a fortalecerse.
Yo he notado que, desde que soy más asertiva, mi autoconfianza ha dado un salto. Es como si, con cada palabra honesta que digo, mi “yo interior” me diera un pequeño aplauso. Y no te voy a mentir: la primera vez cuesta y te tiemblan las rodillas. A veces te preguntas si te habrán entendido o si pensaron que ibas a ser “demasiado”. Pero cada vez que lo haces, te haces un poquito más fuerte, y poco a poco esa voz de autocrítica que todos llevamos dentro se vuelve más callada, porque ya no estás vendiéndote a ti misma ni tus valores. No, ahora eres tu mayor aliada, y eso se siente en cada palabra, en cada gesto, y hasta en cómo te ves a ti misma frente al espejo.
Además, ser asertivo te da una paz interior que ni mil horas de meditación. Porque saber que has dicho lo que sentías y que no te quedaste con la espina es, de verdad, un alivio. No me malinterpretes, no es que de repente todos tus problemas de autoestima se desvanezcan, pero sí empiezas a construir una relación contigo misma basada en el respeto, en la sinceridad y en el valor de ser quien eres. Y eso, créeme, se nota en todo: en cómo caminas, en cómo hablas, en cómo miras al mundo.
Mejor manejo del estrés y la ansiedad
Si hay un beneficio que vale oro en la asertividad, es la capacidad de reducir esos ataques de estrés y ansiedad que a veces nos tienen al borde del colapso. Y aquí, déjame que te cuente una anécdota personal: durante años, era de esas personas que evitaban los conflictos como si fueran incendios, pero al final terminaba quemada igualmente. Aguantaba, me callaba, y pensaba que eso era lo mejor para mantener la paz, ¡menuda ironía! Pero en realidad, esa acumulación de emociones se convertía en un auténtico polvorín emocional que acababa explotando cuando menos lo esperaba, y lo peor era que me sentía fatal conmigo misma.
Cuando empecé a practicar la asertividad, ese estrés empezó a disminuir. Al principio, parecía un pequeño cambio, pero poco a poco me di cuenta de que cada vez estaba menos ansiosa. Es como si, al expresar lo que pienso y siento sin miedo, me hubiera quitado una mochila enorme que llevaba a cuestas. Ya no iba por la vida pensando en lo que tendría que haber dicho, o en lo que me callé, o en lo que la otra persona debería “adivinar” (porque, sorpresa: nadie lee la mente, aunque a veces nos empeñemos en creerlo).
Lo bonito de ser asertivo es que empiezas a darle a cada cosa su lugar. Ya no te llevas a la cama las preocupaciones no resueltas, ya no te sientes en deuda con el mundo ni contigo misma. Te expresas, pones tus cartas sobre la mesa y el resto… es responsabilidad del otro. Dejas de tomar cargas ajenas, y eso te libera de un montón de tensión que, créeme, es como quitarse una armadura de hierro en medio de un día de verano. Es una maravilla.
Y si en el trabajo o en situaciones familiares tensas esto te parece imposible, ¡ni hablar! Al principio cuesta, porque uno teme las represalias o que piensen que te has vuelto “demasiado directa”. Pero cuando empiezas a ver que la ansiedad baja, que duermes mejor, que tu cuerpo está más relajado… entiendes que merece la pena. Es una inversión en tu bienestar y en tu salud emocional que, una vez que empiezas, ya no quieres dejar.
Así que, para terminar, la asertividad no solo cambia la forma en que nos comunicamos, sino que transforma por completo cómo vivimos. Es como aprender a surfear las olas de las relaciones y emociones sin ahogarse en ellas. Porque, cuando aprendes a expresarte desde el respeto y la honestidad, el cambio es profundo. Notas cómo todo se vuelve más ligero, más claro, y te das cuenta de que, en este viaje, la relación más importante es la que tienes contigo misma.
En la siguiente sección, vamos a ver cómo empezar a practicar esa asertividad en el día a día, para que de teoría pasemos a la acción y podamos, poco a poco, convertirnos en esa persona segura y serena que queremos ser.
4. Claves para practicar la asertividad en tu día a día
Expresión directa y honesta: Sin rodeos, pero con respeto
Empezamos por lo básico: decir lo que pensamos, pero de forma amable. Así, sin dramas ni vueltas innecesarias. ¿No es agotador cuando queremos decir algo pero lo enredamos tanto que al final ni nosotros mismos entendemos lo que queríamos expresar? ¡Adiós, teatro! La idea aquí es simple: la asertividad se trata de hablar sin rodeos, pero sin parecer un tanque arrasando con todo.
Mira, una buena frase asertiva empieza con algo tan sencillo como “Me gustaría…” o “Prefiero que…”. ¡Magia pura! Son como llaves mágicas que te abren las puertas de una conversación sincera y directa. Así no suenas ni como una jefa déspota ni como alguien que se queda callado para evitar problemas. ¿Ejemplos? Ahí van. Si tu amigo insiste en ir a ese restaurante donde las sillas son más incómodas que una piedra, podrías decir: “Me encantaría vernos, pero preferiría un sitio donde estemos más cómodos.” Sin dramas, sin excusas. Directo, pero amable.
Yo misma antes era un poco del tipo “¿cómo le digo esto sin herir sus sentimientos, pero dejando claro lo que pienso?”. Al final me complicaba tanto que acababa diciéndolo todo al revés, ¡y terminábamos en el restaurante de las sillas de piedra! Ahora no. Ahora lanzo mi “Me gustaría…” y, ¡zas!, la conversación fluye.
Uso del lenguaje corporal adecuado: Tu cuerpo también habla
A veces, el lenguaje corporal lo es todo. Puedes decir “sí” con la boca, pero tu cara grita “¡no quiero!”. ¡Incongruente total! Cuando hablamos de asertividad, también tenemos que prestar atención a lo que dice nuestro cuerpo. Así que, si estás en plan “te voy a decir las cosas como son”, haz contacto visual, mantén una postura relajada, y, si te sirve, sonríe un poquito (no como el Joker, claro, sino amable).
Mira, el contacto visual es tu mejor aliado. Cuando mantienes la mirada, no sólo estás diciendo “esto es importante para mí”, sino que también refuerzas tu mensaje de manera poderosa. Aunque, ojo, esto no significa que debas mirar al otro como si se te fuera la vida en ello; no queremos dar miedo. Mantén el equilibrio: firme, pero sin intimidar.
Yo antes tendía a cruzarme de brazos cuando hablaba sobre algo que me molestaba. Pero descubrí que ese gesto envía un mensaje como de “estoy a la defensiva”. Así que, ahora, procuro mantener los brazos abiertos y la espalda recta. Haz la prueba y verás cómo cambia la percepción de los demás hacia ti. ¡Es casi magia!
Aprender a decir «No» sin culpa: Que no es una palabra mala
Ah, el temido “no”. Decir “no” es como salir al escenario sin ensayo, ¿verdad? Es la palabra que todos tememos, porque viene con ese extra de culpabilidad que te deja con cara de “me siento horrible por esto”. Pero, ¿adivina qué? ¡Decir “no” es liberador! Y decirlo bien es todo un arte.
Aquí es donde entra en juego la asertividad. Decir “no” de manera asertiva es dejar claro que tienes tus límites sin convertir la situación en una escena dramática. Ejemplo rápido: cuando alguien te pide un favor y tú realmente no puedes, en lugar de marear la perdiz con excusas, di algo como “Lo siento, pero ahora mismo no puedo comprometerme con eso”. ¡Bam! Claridad total. No hay dudas ni malentendidos.
Recuerdo que, antes, si alguien me pedía algo y yo no podía (o no quería), en vez de decir “no” directo, soltaba una novela explicando por qué no podía. Ahora, he aprendido que un “no, gracias” dicho con una sonrisa sincera es suficiente y más que respetuoso. Y, oye, ¡funciona!
Práctica de la escucha activa: Ser asertivo también es saber escuchar
La asertividad no es sólo hablar claro; también es escuchar. ¿O creías que era una especie de monólogo? Aquí es donde muchos se confunden. Una comunicación asertiva es una calle de dos vías: hablas, pero también escuchas. Y, ojo, no se trata de escuchar como cuando tu madre te llama la atención y tú solo asientes, sino de realmente prestar atención, entender al otro.
La escucha activa es clave para cualquier relación, sea en el trabajo, con tu pareja, o con la amiga que siempre tiene algo que contar. ¿Y cómo se hace esto? Pues simple: cuando alguien te hable, ponle atención, míralo, asiente de vez en cuando y dale señales de que estás ahí, que te importa. No te pongas a pensar en lo que vas a contestar mientras el otro habla. ¡Eso se nota y corta toda la buena onda de la conversación!
¿Sabes lo que hago yo? Cuando alguien me cuenta algo, dejo a un lado el móvil y realmente escucho. Es un pequeño detalle que parece poca cosa, pero le da un valor enorme a la conversación. Así, la otra persona se siente comprendida y es más fácil que también me escuche cuando yo necesite decir algo.
5. Ejercicios y recursos para reforzar la asertividad
Así que ya hemos hablado de la asertividad como si fuera la mismísima piedra filosofal de la comunicación: directa, sincera, sin pisotear ni dejarse pisotear. Y ahora, ¿cómo la practicamos sin quedarnos a medio camino? Porque claro, ¡aquí no solo se trata de saber qué es la asertividad, sino de incorporarla a nuestro día a día como el hábito de cepillarse los dientes! Sin más preámbulos, vamos al grano: aquí tienes unos ejercicios y recursos que puedes empezar a probar hoy mismo. Prepárate, porque toca ponerse manos a la obra.
Ejercicios de autoconocimiento: ¿Qué necesito y qué estoy dispuesto a aceptar?
Imagina que estás en un mercado de trueque, pero en lugar de manzanas por naranjas, aquí estás negociando con tus propias necesidades y límites. ¿Qué necesito realmente? ¿Qué puedo dar sin sentirme usado? Suena un poco intenso, pero ¡no te asustes! Este ejercicio es más fácil de lo que parece y es una de las mejores formas de conocerse.
Primero, agarra una libreta y anota algunas situaciones en las que hayas sentido que “algo no estaba bien”, pero te mordiste la lengua por evitar un conflicto. Escribe todo, sin filtro, como si nadie lo fuera a leer jamás (porque nadie lo hará). Luego, pregúntate: ¿Qué necesitaba en ese momento? ¿Un poco más de tiempo, tal vez? ¿O respeto? ¿O simplemente que te escucharan en paz? Reconocerlo te ayudará a identificar tus límites y hacer las paces con tus propias demandas, algo esencial para comunicarte de forma asertiva.
Y, claro, no tienes que hacerlo todo de golpe. Puedes hacerlo poco a poco, como el que se sumerge en una piscina helada: primero los pies, luego un poco más hasta que ya estás nadando. Con cada anotación, estarás entrenando tu mente para identificar y respetar esas señales la próxima vez que aparezcan en la vida real.
Visualización y role-playing: Ponte en escena
¿Alguna vez te has mirado al espejo para ensayar un discurso o una conversación difícil? Pues bien, esta vez el espejo no será solo tu audiencia, sino también tu compañero de práctica. La visualización es poderosa: cierra los ojos e imagina una situación en la que te cuesta ser asertivo. Ahora, visualízate diciendo lo que necesitas expresar con una calma y seguridad que harían envidiar al mismísimo Dalai Lama.
Después de visualizarlo, pasa al siguiente nivel: el role-playing. Si tienes un amigo de confianza, ¡invítalo a practicar! Si no, el espejo es suficiente. Intenta actuar la escena tal como la has visualizado. A lo mejor te sientes raro al principio (¡hablarle al espejo no es la actividad más habitual, lo sé!), pero lo bueno es que aquí puedes equivocarte las veces que quieras. Ensaya hasta que sientas que tu voz suena firme, tu lenguaje corporal refleja seguridad, y ya no hay espacio para la duda. Este tipo de práctica ayuda a vencer el miedo a la confrontación, porque, en realidad, la confrontación que más tememos es la que tenemos con nosotros mismos.
Libros y recursos para cominar el arte de la asertividad
Si te soy sincera, esta aventura de ser más asertivo nunca acaba, pero no tienes por qué recorrerla solo. Aquí van algunos libros y recursos de grandes autores que te echarán un cable:
- «Cómo Ganar Amigos e Influir sobre las Personas» de Dale Carnegie. Sí, suena a manual para políticos, pero este clásico tiene lecciones valiosas para todo aquel que quiera comunicarse mejor y con más confianza.
- «Los límites del amor» de Walter Riso. No solo de amor romántico habla aquí Riso, sino de todas nuestras relaciones. Este libro te enseña que decir “no” es una forma de amor propio y de respeto hacia los demás.
- Practica Mindfulness. Aprender a estar presente y observar tus emociones sin reaccionar inmediatamente es clave. Aplicaciones como Headspace o Calm tienen meditaciones para observar tus pensamientos y emociones sin apegarte a ellos. Esta distancia emocional hará que cuando hables con alguien, puedas ser más asertivo y menos reactivo.
La clave está en no quedarte solo con la teoría. Dale un vistazo a estos recursos, aplica un consejo cada semana, ¡y verás cómo cambia la película!
Conclusión: El viaje de la asertividad está en ti
Y llegamos al final de este viaje por el maravilloso mundo de la asertividad. No te voy a mentir: ser asertivo no es magia, no es algo que sucede de la noche a la mañana y que de repente te convierte en el más “cool” de la oficina o el mejor amigo del barrio. La asertividad es como cualquier músculo: hay que trabajarlo. Es incómodo al principio, duele un poco, pero la recompensa es inmensa.
A lo largo de este artículo, hemos hablado de cómo la asertividad es una herramienta para expresar lo que somos sin miedo, de cómo nos ayuda a cuidar nuestras relaciones, e incluso cómo puede hacernos sentir más a gusto en nuestra propia piel. Hemos identificado obstáculos (¡malditas creencias limitantes y el miedo a decepcionar a los demás!), pero también cómo superarlos y, claro, algunas estrategias prácticas para darle vida a esa voz asertiva que, créeme, está dentro de ti esperando salir.
La asertividad no es algo exclusivo para unos pocos valientes; todos tenemos la capacidad de expresarnos desde la sinceridad, con respeto y claridad. Así que, si alguna vez piensas “bueno, eso de ser asertivo está bien, pero no es para mí”, solo recuerda que cada paso cuenta. Cada pequeño “no” dicho con respeto, cada expresión de una opinión sincera, y cada vez que dices lo que realmente sientes estás nutriendo una parte importante de ti.
Y, quién sabe, tal vez después de un tiempo, ser asertivo se vuelva tan natural como caminar. Tal vez te sorprendas siendo la persona que antes evitaba los conflictos y que ahora sabe cuándo hablar y cómo decir las cosas. Quizás, de repente, te conviertas en esa amiga a la que todos buscan cuando necesitan una palabra honesta y respetuosa. ¿No te parece un bonito cambio? Así que, amiga, a practicar sin miedo y a disfrutar de lo que puede hacer la asertividad por ti.