¿Te has preguntado alguna vez qué es eso de la autoestima? Es como un unicornio que todos dicen que existe, pero que parece que nadie ha visto en persona. ¿Y a quién le importa? A mí, hasta hace poco, me parecía un concepto tan abstracto como intentar entender las reglas del cricket. Pero aquí estoy, dispuesta a compartirte mi travesía personal hacia el maravilloso mundo de la autoestima, y lo que he aprendido en el camino. ¡Agárrate que vamos a divertirnos!
El primer encuentro con la autoestima: Un romance torcido
Recuerdo la primera vez que escuché hablar sobre la autoestima. Fue en una charla de YouTube, de esas que prometen cambiar tu vida, con una mujer que parecía sacada de un catálogo de bienestar. Con una sonrisa radiante, decía que la autoestima era la clave para ser feliz. Yo, en ese momento, solo podía pensar en cuántas galletas de chocolate podía comer sin sentirme culpable después. Porque, seamos sinceros, ¿cuántas veces hemos asociado la felicidad con un plato de galletas?
La autoestima, en su forma más pura, es la manera en que nos valoramos. Pero, ¡oh sorpresa! No siempre hemos tenido un buen romance con ella. En mis años de adolescencia, la autoestima era como esa amiga que te prometía que iría a la fiesta, pero nunca aparecía. Recuerdo un día en particular: vestida con la ropa más horrible que jamás había visto (una mezcla entre pijama y disfraz de payaso), fui a una reunión de amigas. La única razón por la que fui fue porque era plan de pizza y peli y a mi me encantaba. Al entrar, me sentí como un gato en una tienda de perros, fuera de lugar y completamente avergonzada. Esa sensación de no encajar se convirtió en mi compañera constante. Pero, hey, no estaba sola en esto. ¡Cuántas de nosotras hemos pasado por eso!
Con el tiempo, me di cuenta de que la autoestima no era algo que podía encontrar en el fondo de una bolsa de galletas. No, era algo que tenía que construir, ladrillo por ladrillo. Y no, no hablo de hacer una fortaleza, sino de crear un refugio donde pudiera sentirme cómoda. La autoestima se trataba de aprender a mirarme al espejo y no solo ver los defectos, sino también reconocer lo que me hacía especial. Y aquí viene la parte graciosa: ¡me di cuenta de que el primer paso era dejar de compararme con los demás! Porque, seamos honestas, cuando ves a esa influencer perfecta en Instagram, ¡te dan ganas de esconderte bajo la cama!
Aceptación: El primer paso en el viaje
En mi búsqueda por la autoestima, llegué a una revelación: la aceptación. Al principio, fue como tratar de ponerme unos zapatos que no eran de mi talla. No encajaban, me dolían y, en ocasiones, hacían que me preguntara si realmente quería salir a la calle. Pero con el tiempo, me di cuenta de que aceptar mis imperfecciones no solo era liberador, ¡era divertido! Como esa vez en la que me caí en medio de una clase de gimnasia en el instituto y terminé en una posición que ni el contorsionista más experimentado podría lograr. En lugar de esconderme, me reí a carcajadas, y ese momento me enseñó que a veces la vida no es perfecta, y eso está bien.
La aceptación implica un trabajo diario. Empecé a hacer una lista de cosas que me gustaban de mí misma, y aunque al principio la lista era corta, con el tiempo se fue ampliando. Desde mi habilidad para hacer reír a mi hija hasta mi talento oculto para preparar brownies. Aceptar que no soy perfecta y que, a veces, soy un desastre andante fue un gran paso. Esa sensación de ser un “hot mess” se convirtió en mi superpoder.
La autoestima no es un destino, es un viaje
Aquí viene lo más interesante: la autoestima no es un destino al que llegas y ¡listo! No, es un viaje en el que, a veces, tomas desvíos inesperados. Imagínate que estás en un viaje por carretera y te das cuenta de que el mapa no tiene sentido. Eso es la vida. Un día te sientes increíble y al siguiente, te despiertas con ganas de comer pizza y ver una maratón de tu serie favorita en lugar de salir a hacer ejercicio. Pero, ¿sabes qué? ¡Eso también está bien!
He aprendido a ser amable conmigo misma en esos días. En lugar de darme un sermón interno sobre cómo debería estar haciendo ejercicio, me permito disfrutar de una noche de relax. Y, créeme, hay días en los que mi hija y yo nos convertimos en un dúo dinámico de maratón de películas con un montón de palomitas. Esos momentos son tan importantes como cualquier entrenamiento, porque son parte de quién soy. La clave está en encontrar ese equilibrio, en no ser dura contigo misma y en aceptar que los altibajos son parte del viaje.
Construyendo una comunidad de amor propio
Otra parte fundamental de este viaje es rodearte de personas que te apoyan y que también están en su camino hacia la autoestima. ¡Eso sí que es un tesoro! Me he dado cuenta de que hablar con mis amigas sobre mis inseguridades y escuchar las suyas crea un espacio seguro donde podemos ser auténticas. No se trata de tener un club exclusivo de chicas perfectas; se trata de compartir nuestras luchas y risas, y ver que no estamos solas en esto.
Un día, mientras tomábamos café, una amiga confesó que había luchado con su peso durante años. En lugar de criticarla, la animamos a enfocarse en lo que sí le gusta de sí misma. Esa conversación fue como un bálsamo. Nos reímos mucho juntas, pero nunca de ella, y eso me hizo darme cuenta de que la comunidad es esencial. A veces, necesitamos a alguien que nos recuerde que somos más que nuestras inseguridades. Y, ¿qué tal si empezamos a crear ese espacio? ¿Qué tal si cada una de nosotras se convierte en una cheerleader para la otra?
Conclusión: La autoestima es un viaje que vale la pena
Así que aquí estamos, amigas, al final de este recorrido. La autoestima no es algo que se consigue de la noche a la mañana. Es un trabajo diario, un acto de amor propio. La próxima vez que te mires al espejo y no te reconozcas, recuerda que está bien. No tienes que ser perfecta; solo tienes que ser tú misma. Y si un día decides comer galletas en lugar de ensalada, ¡que no cunda el pánico!
La vida está llena de altibajos, pero al final del día, lo más importante es aprender a reírte de ti misma y a aceptarte tal como eres. Así que, si alguna vez te sientes perdida en tu camino hacia la autoestima, recuerda: ¡no estás sola en este viaje! Y quién sabe, tal vez, al final, encontremos juntas ese unicornio que tanto anhelamos. ¡A seguir construyendo esa autoestima, una galleta a la vez!