Romper malos hábitos

Rompe con los malos hábitos, da el primer paso hoy

¡Ay, amiga! ¿Cuántas veces te has prometido que “esta vez sí, esta vez de verdad lo voy a hacer”? Y ahí estamos, con las mismas promesas que se nos deshacen como un castillo de arena después de la marea. ¿Te suena? Porque a mí me suena un montón. No sé tú, pero yo me paso la vida diciendo cosas como: “Voy a dejar de comer tan mal”, “Este mes hago ejercicio, seguro”, “Esta vez sí que no procrastino”, y al final del día, mi sofá y yo tenemos una relación más cercana que nunca.

Es normal, ¿eh? Todos tenemos nuestros pequeños (o grandes) vicios que no nos dejan avanzar como queremos. ¡Eso no te hace una fracasada! Nadie dijo que la vida iba a ser fácil. De hecho, algunos días parece que la gravedad se pone a trabajar doble turno y nos hunde aún más en el sofá, mientras Netflix y las papas fritas nos llaman a gritos. Pero lo cierto es que los malos hábitos no tienen por qué gobernar nuestra vida. Podemos tomar las riendas, como si fuéramos la conductora de un autobús de las 6 de la mañana (aunque admito que algunos días no me siento tan despierta para hacerlo). ¿Te atreves a romper con esos hábitos que tanto te frenan?

El gran desafío: Dejar de postergar todo

“Voy a empezar mañana”, ¿te suena? O mejor aún: “Hoy no tengo ganas, pero mañana, seguro que sí”. ¿Qué pasa con el famoso «mañana»? ¡Nada! Absolutamente nada. Te has quedado con las ganas, y si no lo haces ahora, el “mañana” se convierte en una trampa en la que caemos una y otra vez. Yo también he sido víctima de la procrastinación, de hecho, la tengo como amiga cercana. Pero un buen día decidí que ya era hora de decirle adiós a este romance tóxico.

Mi táctica fue súper sencilla: ¡aplicar la regla de los 5 minutos! Si estoy en la cama pensando en que debería ir a hacer ejercicio, en lugar de darle vueltas y buscar excusas, me digo: “Solo voy a hacerlo durante 5 minutos, ¡nada más!”. Y adivina qué, amiga: al final esos 5 minutos se convierten en 20, 30, a veces más. Resulta que una vez que empiezo, no quiero parar. Es como si mi cuerpo estuviera esperando ese empujón para dar el siguiente paso. Así que, en vez de decir “mañana”, empecé a decir “hoy, ahora”, aunque fuera solo por un ratito. Y, spoiler alert: la procrastinación se ha ido convirtiendo en una enemiga de poca monta.

No se trata de ser perfecta, se trata de ser constante. ¡Hazlo ya, aunque no tengas ganas! Esa es la clave para romper con el hábito de dejarlo para mañana. Ya verás cómo todo se vuelve mucho más fácil cuando empiezas a actuar sin pensarlo demasiado.

El poder de la disciplina: ¿Qué es eso, mamá?

Ah, la disciplina. Esa palabra que a veces suena a condena, como si tuvieras que meterte en una especie de prisión emocional, ¿verdad? Pero no, no estoy hablando de privarte de todo lo que te gusta. ¡Para nada! Estoy hablando de ponerte unos límites que te ayuden a avanzar en lugar de quedarte atascada. Porque seamos sinceras, el “dejarme llevar” a veces nos lleva directamente a un callejón sin salida. A mí me pasó. ¿Quién no ha dicho: “Mañana me pongo las pilas”? Y lo único que hemos hecho es pasar más tiempo buscando excusas que aplicando soluciones.

Yo me di cuenta de que la disciplina no tiene que ver con ser una máquina, ni una súper mujer. Tiene que ver con pequeños pasos que suman. Es tan sencillo como decidir que todos los días, a la misma hora, vas a dedicar 10 minutos a hacer algo productivo para ti misma. Sea lo que sea: leer un libro, hacer ejercicio o incluso organizar tu día. Esos 10 minutos son como el primer ladrillo en la construcción de tu vida más organizada. Cuando te acostumbras a ese ratito para ti, a esa mini dosis de disciplina, te das cuenta de que ya no necesitas motivación constante. La disciplina es tu aliada, no tu enemiga.

Te prometo que, al principio, te va a costar. Vas a querer dejarlo todo, porque “no tienes ganas” o “hay cosas más importantes”. Pero cuando sigas adelante, cuando el hábito ya esté dentro de ti, vas a ver cómo todo empieza a fluir. ¡Y, amiga! Te va a sorprender lo que eres capaz de lograr cuando realmente te lo propones.

La comida como acto de amor propio (y no como consuelo)

No sé tú, pero yo antes solía usar la comida como una especie de consuelo. Esa sensación de tener un paquete de galletas a mano mientras veía una serie de Netflix se sentía como un abrazo cálido. Pero lo cierto es que, al final, me sentía aún más vacía. Así que tomé la decisión de cambiar ese enfoque. La comida no debía ser mi refugio de las emociones, sino un acto de amor propio.

Empecé a ver la comida como una fuente de energía para el cuerpo, no como algo que debía llenar un vacío emocional. Cambié mis hábitos alimenticios, no porque quería perder peso, sino porque quería sentirme mejor, tener más energía, y sobre todo, no depender de las galletas para sentirme bien. Me propuse disfrutar de lo que comía, saborearlo, y elegir alimentos que realmente me nutrían. Al principio, me costó horrores, porque la tentación siempre estaba ahí, acechando en la nevera. Pero, con el tiempo, aprendí a distinguir entre el hambre real y el hambre emocional. Y, ¡oh, qué diferencia!

Ahora, de vez en cuando me doy un capricho (porque, claro, soy humana), pero no dejo que la comida sea mi única fuente de consuelo. He aprendido a cuidarme de adentro hacia afuera. Y, amiga, eso es algo que cambia tu vida por completo.

El tiempo para ti: Deja de hacer todo por todos

¿Eres de las que siempre dice que “sí” a todo, aunque no tengas tiempo para respirar? Pues, yo era igual. Siempre preocupada por cumplir con las expectativas de los demás, hacer felices a todos a mi alrededor, y dejar mis propias necesidades a un lado. Pero, ¿sabes qué? Eso no funciona. De hecho, eso te termina vaciando. Y, cuando te vacías, no puedes dar lo mejor de ti.

Decidí empezar a decir “no” más seguido. Aprendí que no pasa nada por no ser la persona que resuelve todos los problemas de los demás. De hecho, cuando te pones a ti misma en primer lugar, no solo te cuidas, sino que también eres más capaz de ayudar a los demás desde un lugar de bienestar. Yo empecé a reservar tiempos en mi agenda para mí misma. ¡Y qué liberador fue! Leer un libro en lugar de hacer tareas que no me correspondían, meditar un ratito por la mañana, salir a caminar sin mirar el reloj, o simplemente disfrutar de un baño caliente con un libro (sí, soy fan de leer en la bañera, no lo juzgues). Esos pequeños momentos de autocuidado me ayudaron a reconectar conmigo misma y me dieron las fuerzas para ser la mejor versión de mí, no solo para mí, sino para mi hija, mis amigos y todo lo que me rodea.

El final feliz: ¡Tú puedes!

Romper con los malos hábitos no es fácil, pero te prometo que se puede lograr. Y, como todo en la vida, empieza con pequeños pasos. Si hoy no logras hacerlo perfecto, no pasa nada. Mañana es otro día para intentarlo de nuevo. Porque, al final, todo se trata de no rendirse, de seguir adelante, y de ser amable contigo misma.

Así que, amiga, ¡rompe con esos hábitos que te frenan! No dejes que el miedo, la procrastinación o la comida te sigan dominando. Tienes todo lo que necesitas para cambiar, para ser mejor, para ser más feliz. ¡Vamos a por ello!