Derrotar creencias limitantes

Rompe tus creencias limitantes de una vez por todas

¿Estás listas para una montaña rusa emocional? Porque hoy vamos a sumergirnos en el fascinante (y a veces frustrante) mundo de las creencias limitantes. Sí, esas vocecitas molestas que nos susurran al oído que no somos lo suficientemente buenas, inteligentes o capaces. ¡Uf! Solo de pensarlo me dan ganas de gritar en una almohada. Pero tranquila, que juntas vamos a darle una patada a esos pensamientos negativos y a descubrir cómo brillar con luz propia. ¿Estás conmigo? ¡Pues allá vamos!

El monstruo bajo la cama: Identificando nuestras creencias limitantes

Vale, imagínate esto: estás a punto de presentar un proyecto súper importante en el trabajo y, de repente, tu cerebro decide que es el momento perfecto para reproducir tu lista de reproducción titulada «Razones por las que vas a meter la pata». ¿Te suena familiar? Pues bienvenida al club de las creencias limitantes, donde yo soy miembro VIP desde… bueno, prácticamente desde que tengo uso de razón.

Hace poco, mientras intentaba enseñarle a mi hija a montar en bicicleta, me di cuenta de que estaba proyectando mis propios miedos en ella. «Ten cuidado, cariño, que te puedes caer», le decía cada dos por tres. Y entonces, como si fuera una bofetada del universo, recordé cómo mi madre solía decirme exactamente lo mismo. ¡Eureka! Acababa de descubrir el origen de mi creencia limitante de que soy torpe y propensa a los accidentes.

Pero ¿sabes qué? Las creencias limitantes son como esos monstruos imaginarios que viven bajo la cama. Parecen aterradores en la oscuridad, pero cuando encendemos la luz y los miramos de cerca, resulta que solo son un montón de calcetines viejos y pelusas. El truco está en identificarlas y sacarlas a la luz.

Así que, mi valiente guerrera, te propongo un juego: cada vez que te sorprendas pensando «No puedo hacer esto» o «Esto no es para mí», anótalo en un diario. Sí, ya sé que suena un poco a tarea de colegio, pero confía en mí. Al cabo de una semana, tendrás una lista de tus creencias limitantes más frecuentes. Y créeme, algunas te harán reír por lo absurdas que son. ¿Quién dijo que el autoconocimiento no podía ser divertido?

Pero ojo, que esto es solo el principio de nuestro viaje. En la próxima parada, vamos a desenmascarar a estas creencias y a ver de dónde diablos han salido. ¿Estás lista para jugar a las detectives de tu propia mente? ¡Pues abróchate el cinturón, que la cosa se pone interesante!

CSI Mente: Investigando el origen de nuestras creencias

Muy bien, mi Sherlock Holmes en potencia, es hora de ponernos el sombrero de detective y armarnos con una lupa imaginaria. Vamos a rastrear el origen de esas creencias limitantes como si fuéramos CSI investigando la escena de un crimen. ¡Y el crimen, querida amiga, es el robo de nuestra confianza!

Recuerdo cuando descubrí el origen de mi creencia de que «no soy buena con los números». Resulta que en tercero de primaria, la señorita Pérez (nombre cambiado para proteger a la culpable) me hizo salir a la pizarra para resolver un problema de matemáticas. Yo, más nerviosa que un gato en una habitación llena de mecedoras, me quedé en blanco. Desde entonces, mi cerebro decidió que las matemáticas y yo éramos como el agua y el aceite. ¿Y sabes qué? Hace poco descubrí que soy una máquina calculando descuentos en las rebajas. ¡Toma ya, señorita Pérez!

Pero no se trata solo de experiencias traumáticas de la infancia. A veces, nuestras creencias limitantes son como esos chicles que se te pegan al zapato sin darte cuenta. Pueden venir de comentarios casuales de amigos, de la sociedad, o incluso de esas series de televisión que vemos en maratón los domingos. El caso es que, una vez que identificamos de dónde vienen, pierden gran parte de su poder.

Así que te propongo un ejercicio: toma esa lista de creencias limitantes que hiciste antes y, para cada una, pregúntate: «¿Cuándo empecé a creer esto? ¿Quién me lo dijo? ¿Es realmente cierto o solo lo he dado por hecho?» Es como jugar a «¿Quién es quién?» pero con tus pensamientos. Y te aseguro que vas a tener más de una sorpresa.

En mi caso, descubrí que mi creencia de «no soy creativa» venía de comparar mis dibujos con los de mi mejor amiga en el colegio. Ella dibujaba como una mini Frida Kahlo y yo… bueno, digamos que mis figuras humanas parecían más aliens que personas. Pero ¿sabes qué? Resulta que la creatividad no se limita a saber dibujar. Escribir este blog, inventar cuentos para mi hija antes de dormir, o encontrar formas ingeniosas de que coma verduras también es ser creativa. ¡Toma ya, creencia limitante!

Y ahora que hemos desenmascarado a estas creencias y las hemos puesto contra las cuerdas, ¿qué te parece si pasamos a la acción?

Judo mental: Cómo darle la vuelta a tus creencias limitantes

Vale, ha llegado el momento de ponernos el cinturón negro en judo mental. ¿Recuerdas esas creencias limitantes que identificamos? Pues ahora vamos a usar su propia fuerza en su contra, como auténticas maestras de las artes marciales mentales. ¡Hiiiiyaaaaa! (Imagina que acabo de hacer un movimiento de karate muy impresionante).

El primer paso es cuestionarlas. Sí, como si fueran ese ex que te dice que ha cambiado y tú le respondes: «A ver, demuéstralo». Por ejemplo, yo tenía la creencia de que «no puedo hablar en público sin ponerme roja como un tomate y tartamudear». Pero cuando la cuestioné, me di cuenta de que había dado charlas en el colegio de mi hija sin que nadie saliera corriendo ni me confundiera con un semáforo. ¿Ves? Ya estamos desmontando el chiringuito de las creencias limitantes.

El siguiente paso es reformularlas. Es como cuando le das la vuelta a una camiseta del revés, pero con tus pensamientos. Mi «no puedo hablar en público» se convirtió en «cada vez que hablo en público, mejoro un poquito». Y ¿sabes qué? Es verdad. Puede que no sea la próxima Michelle Obama, pero hey, al menos ya no sudo como si estuviera en una sauna finlandesa cada vez que tengo que decir unas palabras.

Otro truco que me encanta es el «¿Y si…?». Es como jugar a ser guionista de tu propia vida. «¿Y si en realidad soy buena en matemáticas pero nunca me he dado la oportunidad de descubrirlo?» «¿Y si mi torpeza en realidad es una forma única de moverme por el mundo?» Suena a locura, lo sé, pero te aseguro que es liberador. Es como darse permiso para ser una versión mejorada de una misma.

Y por último, pero no menos importante, está el paso de acción. Porque, seamos sinceras, de nada sirve cambiar nuestros pensamientos si luego no movemos el culo. Si tu creencia limitante es «no puedo aprender cosas nuevas», apúntate a ese curso de cerámica que siempre has querido hacer. Si crees que no eres disciplinada, empieza con algo pequeño, como hacer la cama todos los días (sí, incluso los domingos). Cada pequeña acción es un «¡Ja!» en la cara de tus creencias limitantes.

Recuerda: transformar nuestras creencias es como entrenar un músculo. Al principio duele y parece imposible, pero con práctica y constancia, un día te despiertas y ¡bam! Eres capaz de levantar pesos mentales que antes ni soñabas. Y hablando de despertar… ¿qué te parece si en la próxima sección hablamos de cómo mantener a raya esas creencias limitantes en nuestro día a día? ¡Prepárate para una dosis de realidad con extra de positivismo!

El día a día: Manteniendo a raya las creencias limitantes

¡Buenos días, sol! ¿O debería decir, buenos días, domadoras de creencias limitantes? Porque sí, mis queridas, eso es lo que somos ahora. Hemos identificado nuestras creencias, las hemos cuestionado y les hemos dado la vuelta como a una tortilla. Pero, ¿qué hacemos cuando esas vocecitas molestas intentan colarse de nuevo en nuestra rutina diaria? ¡No temas! Tengo algunos trucos bajo la manga para mantenerlas a raya.

Primero, el truco del espejo mágico. Cada mañana, antes de salir de casa, me paro frente al espejo y me digo tres cosas positivas. Sí, al principio me sentía como una loca hablando sola (y mi hija me miraba como si me hubiera crecido una segunda cabeza), pero os aseguro que funciona. «Eres capaz, eres valiosa, y hoy va a ser un día increíble». Es como un café extra fuerte para el autoestima.

Luego está el «diario de las pequeñas victorias». Cada noche, antes de dormir, anoto tres cosas que he logrado ese día. Y no, no tienen que ser cosas grandiosas como ganar un Nobel o correr un maratón. A veces es tan simple como «logré no perder la paciencia cuando mi hija derramó zumo en el sofá nuevo» o «conseguí terminar ese informe que llevaba postergando tres días». Es como construir un muro de confianza, ladrillo a ladrillo.

Otro truco que me encanta es el de «ponerle nombre a tu crítico interno». El mío se llama Gertrudis (sí, como mi tía abuela, que siempre tenía algo que criticar). Cuando esa voz empieza con su cantinela de «no puedes hacer esto» o «vas a fracasar», simplemente le digo: «Gracias por tu opinión, Gertrudis, pero hoy no la necesito». Es sorprendente lo efectivo que es ponerle un nombre ridículo a tus miedos.

Y no nos olvidemos del poder de rodearnos de gente positiva. Es como una dieta, pero para el cerebro. Intenta pasar más tiempo con personas que te apoyen y te impulsen hacia arriba. Y si no las tienes cerca, ¡invéntalas! Yo tengo un grupo de WhatsApp imaginario con Frida Kahlo, Marie Curie y Beyoncé. Cuando necesito un empujón, me pregunto: «¿Qué me diría Beyoncé en este momento?» (Spoiler: Generalmente implica ser una reina y comerse el mundo).

Por último, pero no menos importante, está el truco de «celebrar los fracasos». Sí, has leído bien. Cada vez que meto la pata (que es más a menudo de lo que me gustaría admitir), lo celebro. ¿Por qué? Porque significa que lo he intentado, que he salido de mi zona de confort. Y eso ya es un éxito en sí mismo. Así que la próxima vez que las cosas no salgan como esperabas, alza una copa (de zumo, de vino, o de lo que te apetezca) y brinda por tu coraje de haberlo intentado.

Y así es como mantenemos a raya esas creencias limitantes en nuestro día a día. Recuerda: es un proceso, no un destino. Habrá días buenos y días no tan buenos, pero lo importante es seguir avanzando. ¿Y sabes qué? Estoy segura de que lo estás haciendo genial. ¡Así que a por todas!

Cree y confía más en ti

Conclusión: Tu mente, tu superpoder

Y aquí estamos, mis valientes, al final de este viaje por el fascinante (y a veces traicionero) mundo de nuestras creencias. ¿Quién iba a decir que teníamos tanto poder escondido en esa cabecita, eh? Es como descubrir que llevas toda la vida con un superpoder y no lo sabías. ¡Sorpresa! Eres una superheroína mental.

Recuerda, cada vez que identifiques una creencia limitante, que la cuestiones, que le des la vuelta o que la mandes a paseo, estás ejercitando tu superpoder. Es como ir al gimnasio, pero para el cerebro. Y lo mejor es que no necesitas lycra ni sudar la gota gorda (aunque si quieres hacer unos cuantos «jumping jacks» mentales, ¡adelante!).

Yo, por mi parte, he pasado de ser la reina del «no puedo» a la emperatriz del «¿por qué no?». Y aunque a veces Gertrudis (mi crítica interna, ¿la recuerdas?) intenta colarse en mis pensamientos, ahora tengo las herramientas para mandarla de vacaciones a la Conchinchina. Y tú también la tienes ahora.

Así que, la próxima vez que te encuentres frente a un desafío, grande o pequeño, recuerda: tus creencias son como los ingredientes de una receta. Puedes hacer un pastel de «no puedo» o un soufflé de «¡claro que puedo!». La elección es tuya. Y yo, personalmente, me quedo con el soufflé. Sabe mejor y hace que te crezcan alas.

Y ahora, mis queridas superheroínas mentales, es vuestro turno. Sal ahí fuera y conquista el mundo, una creencia positiva a la vez. Porque no te olvides de que: no eres lo que piensas, eres lo que haces con lo que piensas. Así que piensa en grande, actúa con valentía y, sobre todo, ¡diviértete en el proceso!

¡Hasta la próxima aventura mental! Y recuerda, si alguna vez dudas de ti misma, solo piensa: «¿Qué haría Beyoncé?» La respuesta probablemente implique brillar como la estrella que eres. ¡Un abrazo enorme y a comerse el mundo!